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17 de mayo de 2015

El pájaro volvió, como todas las mañanas, para darme los buenos días y traerme noticias de los chicos, que siguen preguntando cuándo voy a volver y qué hago. Me encontró acostado y dolorido, aunque despierto, quizá ojeroso, pero más optimista de lo normal. Entonces, él comenzó a dar saltitos y a graznar, como invitándome a salir a desayunar, y yo accedí, seguí el camino que me marcaba a paso muy lento. Ni siquiera cojeaba, aunque el dolor de articulaciones es cada vez mayor.

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Al llegar a la cafetería de siempre se detuvo en la puerta y volvió su cabeza atrás, como esperándome, quizás anunciándome, tal vez despidiéndose de mí hasta mañana a la misma hora. Aleteó  un poco y, de un solo salto, se encaramó a la rama más baja de un olmo, desde donde trepó a lo más alto para reunirse con otro pájaro persiana.

Mantuvieron desde ese instante una breve conversación antes de desaparecer de mi vista, ocultos en el follaje del cual emergían, tan solo, graznidos.

Entré al café y pedí, como todos los domingos, mi croissant con mermelada.

Encargué al pájaro que comunicase a los chicos que les echo de menos, mucho, y que estoy bien, algo dolorido mientras cicatrizo, pero animado si pienso en el futuro, o sea, en mañana por la mañana. Life’s good (sometimes).

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Publicado en mayo 2015