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Domingo en un pueblo del Alentejo

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Sin temor a equivocarme, puedo afirmar que Portugal, los domingos, es un país aburrido. No sé las ciudades, porque no paso por ellas, pero estos pueblos, en domingo, no son un derroche de vitalidad.

Hace un calor insoportable y, en este pueblo, parece que no hay una sola sombra en la que poder guarecerse de este sol implacable que ha dejado las calles vacías.

Hemos llegado pasada la media mañana con un hambre feroz después de no muchos kilómetros. Después de tomar alguna foto de cuantas puertas, esquinas o carteles me han llamado la atención, he buscado donde calmar el hambre y dar una alegría al estómago. El primer bar al que llego tiene una pequeña terraza a la que da sombra de un naranjo bien frondoso. Bajo su copa hay cuatro o cinco ancianos que hablan poco y muy bajo. Es como si se entendieran más con los gestos, o por el tiempo que llevan juntos haciendo y hablando de lo mismo, que con las palabras. Uno de ellos se dirige a mi con una confianza entrañable. Entre sus risitas entiendo que me propone que le venda mi bicicleta a uno que la está mirando. Le digo que no está en venta, que no tiene precio ni yo interés en deshacerme de ella. Continúa con sus risitas leves y siente con la cabeza. Después me pregunta dónde voy pero, antes de que le conteste, me corta diciendo que Extremadura está cerca ya. Cierto, dentro de poco estaré a la altura de Mérida, aunque mucho más hacia el oeste.

Le digo que no voy hacia allí, que me dirijo al norte. Pero el insiste y yo me pregunto si es consciente del lugar en el que está. Quedan mis dudas resueltas cuando me dice la distancia exacta a Cáceres y a Badajoz, pero yo insisto en que voy recorriendo la Nacional 2, y no la 640. Vuelve a sonreir y cambia de conversación así como de interlocutor. Yo me quedo solo con mis pensamientos mientras continúo comiendo mi sande de queso.

La tarde es aún más soporífera que la mañana. Las tres y no hay un alma que se atreva a moverse por las calles. Sólo yo en un parque a las afueras del pueblo, a la sombra de un emparrado que comparto con miles de mosquitos que no me dejan ni respirar.

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Publicado en diario iberica 2019