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El desierto de lo real

Singular y eficaz estímulo que hace producir espontáneamente y como sin esfuerzo. Palabra de once letras.

i n s p i r a c i ó n

Del éxito final, me explicó un sabio, una mínima parte depende de la inspiración y del talento; el resto no es otra cosa que dedicación. Cada paso en un proceso pesa demasiado, y el miedo, objeto de la pregunta que un día me disparó a quemarropa aquella jovenzuela en una carta, se convirtió en energía.

Tocar el cielo, después morirse uno de pena. Existencialismo de callejón en una sola línea completamente desnuda.

A toro pasado, meditando en mi gruta de sombras, subrayo la frase. El resto puedo olvidarlo.

Conservo aún la carta, maldita memoria.

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Cardo
Verano de 2004
Óleo sobre tabla (interpretación digital del original)

Claro, aunque parezca oscuro, pinceló el sabio primero de los siete de Grecia, seis siglos antes del cero, un mantra. “Todo preparado en el hatillo, por si hay que salir corriendo”.

Me he despojado de más lastre alimentando al contenedor de abajo; he rotulado sólo lo imprescindible y lo he apilado. Olvidadas las bajas del penúltimo movimiento, puedo decir que ahora camino con casi todo lo mio sobre mi propia espalda.

Omnia mea mecum porto.

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El desamparo de la nada inmensa me rodea. En ciertos momentos, es sobrecogedor. Uno se pregunta cómo pudo alguien habitar aquel lugar y qué será de éste mañana, el próximo año o el siglo que viene.

Un automóvil avanza mudo por la carretera y todo se tambalea, podría venirse abajo en un instante con cualquier cambio de dirección del viento.

Siento calor y dolor, el cansancio va apoderándose de mi cuerpo. Calculo el camino engullido hasta el momento, evalúo lo que queda aún por delante y la dirección del sol para encontrar una razón suficientemente razonable y permanecer sentado con la mirada perdida en el libro de bitácora orientado a los cuatro puntos para ser leído, pensado, recorrido u olvidado con sólo repasar las caprichosas líneas dibujadas por el viento, el agua y el hombre desde el principio.

Tomo varias fotografías y escribo un párrafo. Después fijo el sentimiento con tinta antes de que este sol justiciero lo evapore. Memorizo el lugar durante horas y lo abandono después dejándolo tal y como lo encontré. He descartado la tentación de querer formar parte de aquello: yo no pertenezco a este lugar.

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Ni siquiera esa semilla que arrojaste al suelo sería capaz de germinar en esta aridez sin un permiso. Así me lo aseguró el viento del desierto aquella mañana de mitad de primavera en la cual íbamos cruzando Monegrillo.

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Publicado en Donde habita el silencio