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Tenemos los pies helados. Él piensa en encender una hoguera, pero es imposible prender el lecho que ha juntado a los pies de un arbusto con un mechero empapado. Sus manos, enrojecidas por el frío y el agua, no atinan ni a la de tres pese a sus juramentos en dialecto. Desiste, nos refugiamos debajo de un chaparro como los pastores sabios, que es suficiente. Antiguamente construían chozos para estos momentos, allí se puede conservar leña seca para calentarse durante las interminables horas de espera, allí construyeron, boca a boca, parte de la Historia hace mucho tiempo.

La niebla baja lenta y densa por la ladera del cerro, acompañando a la gran nube gris. A las cinco y media de la tarde un poco pasadas, por teléfono, ordenan al pastor que regrese a casa con el rebaño.

Me quedo atrás filmando cómo se aleja el rebaño hasta desaparecer desmonte abajo. Los gritos del pastor, devorados por la ventisca, se alejan hasta desaparecer. Vuelve a emerger el rebaño mucho más lejos, entre los acebos, a paso ligero, ocupando el camino y sus arcenes. La marabunta de campanas, cencerros, balidos, barro, excrementos y pezuñas sube desde las calles más bajas del pueblo, cruza el río y encuentra el calor del resto del rebaño, que hoy esperaba en la nave.

Otra vez cara a cara contra el temporal intento retratar la esencia del momento, atiendo lo que el viento dice al estrellarse contra los recios muretes de piedra que marcan el camino. Sólo pienso en la lumbre que ya estará encendida en la casa del pastor. Allí me espera y me recibe, y me ayuda a descolgarme la mochila y a quitarme de encima la ropa empapada. Tiritando me acerco al fuego.

Esta noche no habrá chateo que valga. Él prepara cena para dos: fideos y algo de queso, el té moruno que me había prometido, dulces y alguna pieza de fruta. Yo puedo ofrecer poco, casi todo lo que llevo procede del cerdo y él aspira ser un buen musulmán. Sólo puedo sacar una tableta de turrón que pongo encima de la mesa. Se ilumina su rostro porque le encanta el dulce.

Después de cenar se durmió frente a la chimenea. Estaba agotado.

Yo no corté la grabación.

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Publicado en Alcarama