Le flâneur que je suis

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El verdadero flâneur camina en un sentido hasta que un coche pasa delante de él. Un apuro cualquiera, un escaparate en una esquina, un empujón o un codazo le invitan a cambiar de dirección. De accidente en accidente, el flâneur va, viene, vuelve otra vez y puede acabar encontrándose muy cerca o muy lejos de su casa según los designios del azar.

—Louis Huart

Le flâneur que je suis

Las puertas cerradas narran historias que sólo puede percibir quien camina despacio, observando con atención los pequeños ecos del tiempo. Más allá de su materialidad, estas puertas se convierten en espacios liminares, en territorios fronterizos que habitan entre lo público y lo privado, entre lo visible y lo oculto, entre lo que fue y lo que ya no es. Son símbolos de transición, testigos de tensiones y dualidades que, como un reflejo, dialogan con las emociones humanas más profundas: el miedo, la ilusión, la incertidumbre y el anhelo.

La puerta, como umbral, es el lugar de lo posible. En su estado de cierre, sin embargo, encarna un conflicto: la promesa de lo que hay detrás frente a la negación del acceso. Este espacio intermedio, donde no se cruza pero tampoco se olvida la conexión, revela la esencia de la liminaridad. La puerta no sólo es una barrera física, es también un lugar de tránsito emocional donde convergen la duda de avanzar, el miedo a lo desconocido y la esperanza de lo que podría encontrarse al otro lado.

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En las puertas destruidas por el tiempo o tapiadas hasta convertirlas en muros, la liminaridad adquiere una nueva dimensión, el paso del tiempo deja su huella visible: fragmentos de madera desgastada, bisagras oxidadas y grietas que sugieren el deterioro de lo transitorio. Son restos de una transición que alguna vez fue posible, pero que ahora es irrecuperable. Por otro lado, las puertas tapiadas, donde el umbral ha sido clausurado, son la expresión máxima del límite. Ya no son tránsito, sino la negación de éste. Sin embargo, incluso en esta negación, el contorno que queda inscrito en el muro actúa como un rastro de memoria, un dibujo desvaído que recuerda que, en algún momento, ese paso fue posible.

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La liminaridad, en este contexto, no es únicamente un concepto arquitectónico o espacial, sino algo profundamente humano que evoca el miedo a lo desconocido y la inseguridad frente a lo incierto, sí, pero también la ilusión de un posible encuentro, la nostalgia de lo que alguna vez existió y la duda constante entre permanecer o avanzar. En las puertas tapiadas, esa dualidad se desplaza hacia una sensación de pérdida absoluta, de un tiempo detenido que no se puede recuperar pero que aún susurra a través de las marcas que quedaron en el muro.

Esta tensión entre estados opuestos —apertura y cierre, tránsito y clausura, permanencia y desvanecimiento— es lo que dota de fuerza simbólica a estas imágenes. Las puertas se convierten en metáforas de la condición humana, siempre habitando territorios fronterizos: entre el pasado que nos define y el futuro que desconocemos, entre el deseo de conexión y el miedo a ser rechazados, entre lo que protegemos y lo que inevitablemente dejamos atrás.

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El simbolismo nos pone frente a un ineludible diálogo profundo entre lo femenino y lo masculino, una dualidad que también refleja esta tensión liminar. La puerta, con su capacidad de acoger, proteger y guardar secretos, se asocia a lo femenino, mientras que el muro, rígido e infranqueable, evoca lo masculino. Sin embargo, en las puertas tapiadas, esta dinámica se desdibuja: lo femenino es absorbido por el muro, y el umbral se convierte en un límite absoluto y andrógino. Aquí, la liminaridad no desaparece, sino que persiste en el eco visual del contorno, en la sombra de lo que alguna vez conectó dos mundos.

Para quien camina con un ritmo pausado, estas puertas no son simples objetos, son fragmentos de vida. Cada grieta, cada marca de desgaste, cada cierre definitivo habla de historias humanas, de manos que las cruzaron con prisa, de quienes buscaron refugio tras ellas o de quienes las abandonaron. En su estado de deterioro, revelan la fragilidad ante el tiempo y la inevitable transformación de lo cotidiano en símbolo.

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La dualidad de las puertas cerradas trasciende lo físico y penetra en el plano emocional. Quien comprende estas imágenes no sólo verá umbrales, sino también las emociones universales que habitan en ellos: la duda de si cruzar, el miedo al cambio, la nostalgia por lo que ya no se encuentra detrás. Son espacios que, como los seres humanos, viven en tensión constante entre lo que protegen y lo que dejan al descubierto, entre lo que prometen y lo que ocultan.

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Fotografiar estas puertas es, en última instancia, un ejercicio de introspección. En ellas se encuentra un homenaje al tiempo, a la memoria y al acto de mirar con lentitud. Al detenerse frente a una puerta cerrada, el espectador se enfrenta no solo a su materialidad, sino también a su propia percepción de los límites: aquello que no puede alcanzar, aquello que teme abrir y aquello que elige clausurar.

En estas imágenes hay algo más que una reflexión sobre lo arquitectónico. Son un retrato de nuestra relación con el cambio, con la contingencia y con la pérdida. Cada puerta es una frontera que invita a imaginar lo que hay detrás, pero que, al mismo tiempo, nos devuelve a nuestra condición de seres en tránsito, siempre enfrentados al misterio del umbral, un constante habitar en los territorios fronterizos del tiempo y del deseo.

Más información sobre este trabajo

Un café en la nube #02
Acerca de la identidad liminar del artista.

retrato Cristina Armendáriz
Pamplona, 1985 – 2025 (†)
 
Licenciada en Historia del Arte y Filosofía y Letras.
Docente, apasionada de la fotografía y la literatura, ensayista sobre Arte, Historia e Historia del Arte.
Colaboradora, compañera de viaje y alma mater de esta web.

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Deambuleo
1 de agosto de 2017

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—F. Gros

En ese sentido, tanto mis caminatas como mis viajes, a pie o en bicicleta, han sido guiados de una forma inconsciente por una atracción magnética que pasa desapercibida para quien no tiene mirada estética, y suponen una lectura de lo que en el paisaje está escrito por el hombre en el lienzo aparentemente infinito de la superficie de la Tierra.

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Deambuleo
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Por eso, no me siga usted, siempre estoy perdido.

La tierra bajo mis pies no es más que un inmenso periódico desplegado. A veces pasa una fotografía, es una curiosidad cualquiera, y de las flores surge uniformemente un perfume, el perfume de la tinta de imprimir.

—André Breton. “Poison soluble“, 1924

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EL LIBRO «CONFINADOS»
1ª edición junio de 2020
AGOTADO

100 páginas
17×22 cm
Impresión a color
Rústica
Español

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