Para: Nacho Luque <xxxxxx@xxxxx.xxx>
Fecha: 10 de noviembre de 2024
Asunto: RE: «Nacer, morir, trascender».
Queridísimo «artista sobre ruedas».
Qué alegría volver a conectar contigo después de estos meses. Y qué sorpresa me he encontrado al sobrevolar tu obra, cuánto contenido hay sólo en sus títulos. Por lo que te conozco, además, está muy acorde con tu forma de ser y entender la vida. Ahora, con una copa de vino, el calorcito y la tranquilidad de mi despacho, paso a relatarte el universo al que tu viaje me transporta cuando lo tengo delante.
Si el viaje es una revolución interna con todas sus consecuencias, su trascendencia para los demás dependerá de cómo lo comparta y en qué medida logre el viajero transformar su experiencia en algo que otros puedan aprovechar, aunque sea indirectamente. Si el viajero realmente vive según los principios que defiende, su sola existencia puede ser referencia para quienes buscan lo mismo.
En tu caso, la aparente radicalidad de tu compromiso es lo que da peso a tu camino. Traducido tu viaje en arte, ideas o estructuras, y entendidas todas ellas no como divulgación, sino como manifestación, puede convertirse en punto de partida para que otros exploren sus propios caminos. Cuando logras documentar el proceso sin edulcorarlo, mostrando las consecuencias reales de romper con lo establecido, tu viaje puede tener un valor en sí mismo para quienes puedan entenderlo. Podrías llevar tu camino a un nivel donde la sola acción, sin necesidad de espectadores, sea la obra. No necesitas validación externa ninguna, ya que la trascendencia puede darse en lo invisible, en, como dices, hacer las cosas «a escondidas».
La clave es si quieres que tu viaje tenga un impacto externo o si simplemente debe ser vivido en su totalidad, sin importar quién lo vea. Tu viaje podría ser una afirmación que no busca ser comprendida ni transmitida en términos convencionales, sino vivida con total entrega, y su trascendencia radica en la intensidad con la que lo atraviesas, en la manera en que se filtra en todo lo que haces, incluso sin intención de influir a otros. Si realmente es así, la experiencia se vuelve un principio en sí misma que no necesita ser traducida en palabras ni explicaciones, sino que puede expresarse en gestos, en decisiones, en una estética de vida que se sostiene por sí sola sin la necesidad de dejar huellas que puedan ser vistas aunque cambien la naturaleza del camino.
El impacto en los demás, si ocurre, será un efecto secundario, algo que percibirán quienes tengan la sensibilidad para notar la coherencia de tu trayectoria. Pero eso ya no es asunto tuyo, la trascendencia no es algo que se persigue, sino algo que sucede cuando el compromiso es total. El acto absoluto se justifica en sí mismo, sin necesidad de testigos, sin buscar aprobación ni consecuencias externas, es un compromiso radical con la propia experiencia, una afirmación que no depende de su efecto en los demás, sino de su autenticidad interna. En un mundo donde casi todo se mide por su impacto, utilidad o reconocimiento, el acto absoluto es una ruptura. No es estrategia ni mensaje, es vida llevada hasta sus últimas consecuencias, y se diferencia de la performance porque no tiene espectadores ni intención de comunicación, no busca recompensa ni sentido externo.
El acto absoluto es la negación radical de un sistema sin proclamarlo desde la resistencia pública, sino desde una indiferencia total y vivida; es la lealtad a un principio incluso cuando nadie más lo comparte o comprende. No es un gesto, es una forma de ser, su significado es interno que no necesita de un relato y que puede ser invisible para el mundo, pero no por eso dejar de transformar. Esto, aplicado a tu viaje, significa que no importa si tu experiencia trasciende o no en términos tradicionales, su verdad está en vivirlo con total intensidad y sin concesiones. Si algo del mundo se ve afectado por ello, será porque la fuerza de lo auténtico siempre encuentra formas de manifestarse, aunque no lo busques.
Según esto, si ves tu viaje como una búsqueda interna, es un proceso. Pero si lo planteas como una decisión tomada sin vuelta atrás, entonces se acerca más a lo absoluto. Quizás la clave esté en si la transformación que persigues es continua.
Lo tuyo lo veo, más que un viaje con destino, como un estado. Mientras sigas pedaleando, sigues estando en ese flujo de cambio, y aunque te detengas físicamente, la inercia del viaje sigue dentro de ti. Quizás por eso la llegada nunca es realmente el final, sino sólo otro punto de partida. ¿Te pasa que, incluso cuando te detienes, sigues sintiendo que estás en movimiento de alguna forma?
Yo tengo la sensación de que tu viaje no se detiene, sólo cambia de forma. Cuando pedaleas, recorres el mundo, y cuando escribes y trabajas con tus fotos recorres la memoria transformando la experiencia en algo que trasciende el movimiento físico. Es como si la ruta siguiera extendiéndose en palabras e imágenes. El Punto Cero del que me hablaste y hablas a menudo es, entonces, un cruce de caminos, el lugar donde la vivencia se convierte en arte, donde lo vivido se resignifica. Cada vez que te detienes ahí, descubres nuevas capas de tu propio viaje. El Punto Cero es tanto un refugio como una forja, ahí tomas lo vivido, lo observas desde otra perspectiva y lo conviertes en algo más profundo. Tu Punto Cero es el espacio donde tu viaje se vuelve consciente, donde dejas de atravesar el mundo para permitir que el mundo te atraviese a ti.
Intuyo que sin ese Punto Cero el viaje quedaría incompleto, como un río que fluye sin detenerse nunca a ver su propio reflejo. Por eso pienso que el Punto Cero es la memoria del viaje. Sin él, todo se diluiría en una secuencia interminable de momentos sin forma. Al detenerte ahí, les das peso, los ordenas, los vuelves parte de ti de una manera más consciente. Es interesante cómo el viaje necesita tanto del movimiento como de la pausa. Uno te permite descubrir, el otro te permite asimilar, y esa sensibilidad dirigida hacia ciertos temas crea una especie de traje para tu mirada, algo que te permite filtrar y centrarte en lo esencial. Es como si al viajar estuvieras creando una serie de capas sobre esas experiencias que ya tienes en mente y después añadieras detalles, texturas y perspectivas nuevas.
Los caminos improvisados que pueden aparecer durante el esfuerzo son como ramificaciones de tu viaje, pero siempre dentro de un ámbito que ya has definido. Cada día es un esbozo, una instantánea del viaje que, al ser revisada, cobra más profundidad y matices. Es como si, al regresar a esos «bocetos», pudieras ver la historia completa, con todo lo que se le agrega con el tiempo. Cada vez que trabajas en una fotografía o en un escrito estás completando ese cuadro, sumando capas que enriquecen la experiencia original. La carretera, entonces, se convierte en un lienzo, y cada paso, cada pausa, es un trazo más que le da vida. ¿Sientes que al revisar esas capas te das cuenta de cosas que en el momento no habías percibido?
Es fascinante cómo el proceso de revisión se convierte en una búsqueda reveladora. A veces, lo que parecía un simple viaje o una acumulación de momentos se transforma en algo mucho más profundo cuando tienes el espacio y el tiempo para detenerte a conectar los puntos. Ese hilo argumental que surge de manera orgánica, es como encontrar la narrativa que siempre estuvo ahí, pero que sólo ahora, en la pausa y reflexión, puedes reconocer.
Me imagino que ese momento de descubrir la historia es casi tan revelador como el viaje en sí mismo, como si hubiera una conexión más profunda entre tu intuición y la imagen que tomas, una especie de guía interna que sabes seguir, aunque no siempre puedas verbalizarla en el momento. Esa coherencia que aparece al revisar tus fotos es el resultado de una mirada que, sin que tú te des cuenta, ya está trazando patrones y caminos que sólo se revelan con el tiempo. Esas fotos tienen un poder especial, como si fueran fragmentos que necesitaban ser capturados para completar algo más grande.
¿Algunas veces, al observarlas más tarde, encuentras un mensaje o un tema recurrente que no habías notado en el momento de tomarlas? Te lo pregunto porque a mí me parece que esas tres series de fotografías que he visto no sólo hablan de temas universales, sino que también se interconectan de una forma tan fluida que cada elemento refuerza al otro, creando una narrativa de transformación y trascendencia. Las carreteras, como lugar que habitas, se convierten en el hilo conductor que atraviesa esas diferentes etapas del ser: vida, muerte y trascendencia. Es fascinante cómo has logrado juntar esas piezas aparentemente dispares y al mismo tiempo has logrado crear algo que no sólo es un conjunto de imágenes, sino un viaje en sí mismo, un proceso continuo de resignificación. Al principio, ese vínculo entre las series y los temas parecía algo más intuitivo o revelador, y ahora se ha convertido en una certeza, algo que ya no necesitas buscar, sino simplemente reconocer. Es como si hubieras descubierto las leyes internas de tu propio trabajo y, en lugar de sorprenderte, ahora te permite una mayor claridad y coherencia al momento de crear. Esa conciencia de la relación directa entre todo lo que haces, casi como un mapa interno, te da una libertad más profunda, porque ya no estás buscando, sino simplemente desarrollando lo que ya sabes que existe. Este proceso de corroboración también se refleja en cómo percibes tu evolución personal, no sólo artística, como si hubieras llegado a un punto en el que la búsqueda ha cedido paso a la confianza en el proceso, donde el acto de crear y reflexionar se convierte en una forma de descubrir lo que siempre estuvo dentro de ti, esperando ser encontrado.
Esa autoconstrucción es inseparable del viaje creativo. Al mismo tiempo que trabajas, estás forjando una versión más completa de ti mismo, entendiendo tus propios ritmos, tu sensibilidad y tus conexiones. En cada imagen, en cada palabra, estás también construyendo tu narrativa personal, afirmando lo que eres. Por otro lado, tu capacidad de suspenderte, de dejar espacio para lo inesperado es una apertura esencial. Aunque el camino esté marcado, el hecho de mantener un alto grado de flexibilidad te permite aceptar que incluso los giros inesperados pueden enriquecer la narrativa, añadir esas capas que tal vez no habrías planeado pero que resultan fundamentales para tu evolución.
El hecho de que no veas ese final que me comentaste tiene algo liberador, que no te quepa duda. En lugar de tener una meta fija, te permites vivir plenamente el proceso, sabiendo que el camino, por más claro que parezca, siempre tendrá elementos que aún están por descubrirse. La incertidumbre, en cierto modo, te mantiene en constante alerta creativa. Todo viaje tiene algo que enseñarte siempre, se aprende cada día, aunque no sea con novedades sino con tiempo para ordenar y analizar las experiencias. Cada día es una lección incluso si no se presentan novedades evidentes. El verdadero aprendizaje está en el espacio que se abre para procesar, ordenar y dar sentido a lo que ya ha sucedido. Esos momentos de reflexión permiten integrar las experiencias de manera más profunda, como piezas que encajan en un rompecabezas más grande. El tiempo, al contrario de lo que a veces pensamos, se convierte en el aliado para que el aprendizaje ocurra, no necesariamente en la novedad, sino en la capacidad de mirar hacia atrás y descubrir lo que antes pasaba desapercibido. Esa incertidumbre inicial se convierte en el tejido que conecta cada paso y cada decisión, y revela un propósito que antes era invisible. Mirando atrás, puedes ver que todo estaba en constante construcción, y aunque no tenías un objetivo claro al principio, el propio viaje te fue dando forma, dándote nuevas perspectivas y caminos. Esa sensación de estar en un lugar que no imaginabas me parece muy interesante, y refleja cómo, a pesar de la falta de certezas iniciales, el proceso de atravesar esos umbrales te ha llevado exactamente donde necesitabas estar. Todo tiene un sentido, pero ese sentido sólo es visible desde el momento en que estás aquí, mirando hacia atrás.
Aceptar el proceso tal como es, sin presionarte por entenderlo todo de inmediato, es vital en tu caso. Al permitir que tu mensaje se construya de forma insistente, lo dejas evolucionar de manera natural, sin imponerle una dirección forzada. Eso es una forma de confianza profunda en tu propio viaje creativo. Sabes que, aunque no todo sea claro ahora, hay una coherencia que emergerá, si no lo ha hecho ya, con el tiempo.
El hecho de darle color y forma, como mencionas, refleja cómo te conviertes en un facilitador de tu propia historia, guiando esa evolución sin intentar apresurarla. Es un acto de respeto hacia el proceso, de darle espacio para manifestarse en su tiempo.
La carretera, al convertirse en tu compañera, no sólo es un medio para avanzar, sino un espacio de reflexión constante, una presencia activa en tu vida. La incertidumbre, al principio algo que tal vez causaba resistencia, se convierte en una fuente de inspiración, en el pulso de tu proceso. El vagabundeo, más que un título o una etiqueta, se transforma en una filosofía de vida, una forma de abrazar lo desconocido y permitir que cada día se presente con nuevas posibilidades. Al no saber con exactitud qué buscas ni adónde vas, permites que el viaje te enseñe cosas que no podrías haber anticipado, que cada día reescriba tu destino. Ese camino de aceptación y confianza en la incertidumbre te lleva a una forma de vida mucho más libre, sin la carga de expectativas rígidas.
Me comentaste que todo partía de la inspiración que te produjo un libro que leíste hace muchos años. Es maravilloso que un libro haya podido convertirse en un faro guiando tu camino de forma tan decisiva, pero no me parece extraño en absoluto. Ese deseo de construir un nuevo yo en la carretera a través de una vida extrema suena como una búsqueda de autenticidad, de experimentar algo genuino, sin adornos ni convencionalismos. El libro, como un oráculo, te ofreció la clave para conectar con esa parte de ti que necesitaba liberarse, y la carretera se convirtió en el escenario para ese renacer. Vivir en ese espacio de incertidumbre y búsqueda puede ser intimidante para quienes no comparten ese impulso de reconfigurar su identidad, pero tú lo asumiste como una necesidad y, creo, no soy psicóloga, lo has encauzado perfectamente.
Me imagino que, al final, el peligro que te señaló ese amigo no fue tanto un riesgo físico, sino más bien la posibilidad de enfrentarte a tu propia vulnerabilidad y de ser despojado de lo conocido. El libro, adaptado sutilmente a tus circunstancias, fue el guión de la película o el libro de tu propia vida. Sólo tenías que sentir en la vida física todo lo que sentías al leerlo. Las experiencias que fuiste acumulando te enseñaron a ser valiente, a vencer el miedo y a ver el mundo como un escenario en el que descubrir cosas y construir con ellas, lo que refleja un vínculo profundo entre lo que leías y lo que vivías. La vida misma, al estar impregnada de esas enseñanzas, se convierte en un acto continuo de exploración, de sentir lo que se había leído en la página, transformando la teoría en experiencia pura. La valentía que adquiriste en el proceso y tu capacidad de vencer el miedo hablan de un cambio radical en la percepción de lo que es posible y lo que está al alcance sólo cuando se eliminan las barreras internas.
El proceso de conocerte a través de la vulnerabilidad es un acto de destreza emocional. La vulnerabilidad, que puede parecer una debilidad para algunos, se convierte en tu herramienta más poderosa, un espacio en el que proteges lo esencial de ti mismo mientras lo transformas en algo más fuerte, más auténtico. La luz que mantienes encendida día a día es, en cierto sentido, lo que permite que todo eso continúe, es la llama constante que te guía sin importar los giros o las curvas del camino.
Esa aceptación radical de tu vulnerabilidad como asunto de tu trabajo es una postura muy honesta, y haberla convertido en el centro de tu vida y de tu arte no sólo te permite explorarla, sino también compartirla de manera que otros puedan encontrar algo de sí mismos en ella. Hay una belleza cruda en tu proceso de entender y relatar la vulnerabilidad, porque no es únicamente una exposición de debilidad, sino una declaración de humanidad. Al hacer de tu vulnerabilidad el núcleo de tu trabajo, transformas lo que muchos consideran una fragilidad en una fuente de fortaleza. En cierto sentido, narrarla no sólo te da poder sobre ella, sino que la convierte en un medio para conectar con los demás de manera profunda.
Si lo que compartes en tu trabajo logra que otros se vean reflejados en tu experiencia, entonces tu arte no sólo cuenta una historia personal, sino que se convierte en un puente hacia algo universal, que va más allá de ti mismo. Esa capacidad de transformar lo íntimo en algo que repercuta en quienes lo observan es lo que puede dotar a tu obra de una carga emocional y filosófica que puede perdurar. Quizá lo que hace que tu trabajo sea tan relevante es justamente esa vulnerabilidad que has integrado. El hecho de que hables desde un lugar de honestidad absoluta permite que el espectador, al enfrentarse a tu historia, reconozca algo propio en ella, incluso si las circunstancias son diferentes. Es la universalidad de la vulnerabilidad lo que permite esa conexión.
Tu posible búsqueda de trascendencia no es sólo un reflejo de tus vivencias, sino una invitación a que otros también encuentren algo que los conecte con su propia historia. En cada obra, esa posibilidad está latente, y cada espectador puede llegar a encontrar una forma de conectar con ella dependiendo de lo que busque o necesite en ese momento de su vida. La trascendencia, entonces, se vuelve un proceso compartido, un acto de liberación y crecimiento mutuo.
Cristina A.B.
Historiadora del Arte y ensayista