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En zona de guerra

Desierto se refiere también al número de almas por kilómetro cuadrado que habitan un territorio.

Nuevo capítulo de “La vida a partir de notas” y los paisajes que desde hace tiempo he venido relatando, en definitiva, la crónica de un desarraigo.

Mi interés se concentra ahora en territorios ínfimos para escarbar en caminos del corazón, trazando líneas en el mapa de un extraño jardín que a veces parece La Luna, otras El Edén y siempre es extremo. En mi lontananza vuelven a surgir pueblos humildes que desentierran su raíz en noches de invierno. Nueva gente, el mismo sudor y las rozaduras de otros tiempos, tiritonas inevitables, la desesperanza y la satisfacción. Sé que por momentos me invadirá la desilusión, que se sucederán mil cortapisas para impedirme un paso más. Todo ello, mezclado como brebaje de mil sabores, alimentará mi razón de nómada en época incierta. Regreso, también con todo el convencimiento, a mi cuaderno —el mismo de siempre— para describir la soledad como la parte más jugosa de lo que vivo recorriendo arcenes.

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Descendiendo desde la Posición de San Simón, o de Las Tres Huergas, donde he dormido esta última noche y se libró batalla en la Primera Guerra Civil Española.

Acompaño a las primeras luces y al frescor de esta mañana de primavera.

Desde que abandoné la antigua posición Nacional ajusto los correajes de mi mochila, que aún no se acomoda del todo a mi espalda. Durante algún tiempo aparecerán extrañas sobrecargas musculares que irán remitiendo conforme vayan pasando el tiempo y los kilómetros. Prevenido estaba.

En un recodo del camino me detengo y observo el paisaje que se despliega por debajo, una llanura donde el verde lo llena todo. Mi vista se pierde en el horizonte jugoso y refrescante de los regadíos a este lado del canal.

En paneles informativos se pueden leer fragmentos del día a día de la contienda, cómo se desplazaban por la zona las tropas o cómo se abastecían. Localicé los abrigos naturales y quise pasear por las trincheras, recorrer los pasillos donde Orwell pasó unos días. Imagino el frío del invierno y un calor inclemente en verano …

En un alto a la derecha diviso unas trincheras, alambradas y el camino de acceso al campamento republicano.

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Una abrupta pero breve ascensión y me aúpo al monte Irazo.

Dedico un par de horas a pasear por los corredores y pozos desde donde se vigilaban los accesos a Alcubierre. Todo se conserva en un estado inmejorable, mucho mejor que en la de San Simón.

Buscando un café caliente dejo atrás el pueblo, que se pierde entre los sembrados. Por encima de mí, el cielo está bastante cubierto.

Las horas pasan despacio por la llanura tibia, camino solo como nunca, escucho mis pasos como siempre. De vez en cuando cambio la carretera por terreno más blando, escucho ladrar a un perro en una granja lejana. Verde a tutiplén, el canal a mi lado, un cruce de carreteras … y el cláxon de un coche que me rebasa y me pone en mi sitio, en el arcén.

Cuatro o cinco kilómetros más alante de un camino exactamente igual, está Senés, donde busco un recoveco discreto donde resguardarme de la lluvia de esta noche. Una caseta a la izquierda de la carretera parece buen sitio.

Por la noche no suelo caminar.

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Dos niños intentan reparar una bicicleta en la acera.

—¿Hay algún bar en el pueblo?
—Uno, donde el edificio marrón antes de la plaza …
—¿Aquél de allí?
—… pero no creo que esté abierto. Buscamos la llave si quiere tomar algo.
—No, no … gracias.— Interrumpo con una sonrisa.— No importa.

Sí importa, tenía unas ganas locas de tomar un refresco.

—Bájale algo de la nevera …— Propone el mayor.
—Más allá está Torralba, allí hay un bar.— Me indica el más joven.
—No hace falta, gracias. ¿Está lejos Torralba?— Zanjo.
—No, no … si se ve desde la carretera, un poco más alante.

Ya en carretera, los niños me adelantan pedaleando en sus bicicletas, zigzagueando entre los trazos pintados en el suelo, retándose entre ellos. Me saludan, y yo alzo la mano sin dejar de recitar … A un lado queda Torralba, Fuencaliente está en silencio …

La recta tiene un par de kilómetros por lo menos, y al final de ésta se ve el campanario. Un coche se acerca lentamente y pasa de largo, regresa a igual velocidad y se desvía por un camino.

Cuanto más avanzo menos sensación tengo de acercarme al pueblo.

Mañana, a Tardienta con dolor de espalda o sin él.

Esta noche llueve, seguro.

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Publicado en Donde habita el silencio