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La memoria del tiempo

Cuánto tiempo habrá transcurrido desde mi primera excursión a aquella aldea abandonada en la Sierra Pobre cuyo nombre aún existe en mi memoria, cuatro almas casi en pena coincidieron después de las clases vespertinas para abrir una caja de Pandora. Tan poderoso fue el magnetismo que sobre mí ejerció aquel despoblado que he terminado buscándolo hasta por debajo de las alfombras.

Como en una guerra infinita, las piedras emergen de la maleza que las cubre de tiempo. Su cotidianidad me fascina y para aprenderla la respiro y me embadurno con su inalterado olor a campo, la escucho en animales que ya nadie encierra y en silbidos de pastores que no existen, paladeo el humo que no sale de esas chimeneas y la humedad de la hierba que transportan esas carretas sin ruedas. La mejor protección es el olvido, pero olvidar es eliminar.

Conversaciones con acento de donde sea, el libro que releo de vez en cuando, al final todo huele a viaje en esta mañana de final de invierno en la cual inicio un nuevo capítulo de mi cuaderno alargado y negro, como la sombra de la torre de la iglesia de este lugar del Pirineo donde me he sentado a almorzar.

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Publicado en Donde habita el silencio