Un libro, quizá me podría inspirar.
Los lápices se han encargado de apaciguar mi ánimo con chutes de noche a la vera de Chopin o del Kutxi mientras un ordenador proyectaba ciclos de veinticuatro horas de video en completo silencio en la esquina de las putas del salón. Pretendía mostrar mi obra en la red y casi me ayudan con la infraestructura de ordenadores. Al final me vi obligado a dejar el capítulo en el cajón de los recuerdos más raros de mi vida.
Destruí todos mis dibujos excepto media docena con la que documenté el diario póstumo de una relación casianimal que desapareció tan rápido como había aparecido.
Entonces desconecté el ordenador de la Red y al instante éste dejó de bombardear al mundo.