Saltar al contenido →

8 de mayo de 2015

Minutos antes de partir en mi último viaje a esa Soria que durante cuatro años y pico ha sido un bálsamo pero que ya no lo es.

Por delante, casi tres horas de película se proyecta a mi derecha deslumbrándome para que cierre los ojos y me acuerde de la razón que un día me llevó a adentrarme en aquel lugar, de aquella noche y del dormitorio improvisado en la estación, del frío del páramo, de la puerta que abrí y del umbral transpasado con la determinación de un autómata giróvago que construye su universo paso a paso y gota a gota con su sudor.

Salí de la casa que había ocupado sin tener de quien despedirme. A pesar de ello, murmuré un «volveré pronto» que quedó flotando en la penumbra de un salón lúgubre y vacío, cerré la puerta con las seis vueltas de sus cerrojos y los golpes sonaron como golpes de herrero en el pasillo de mármol a las seis de la mañana. Afuera, un fresco que siempre agradezco y que en un par de horas ya no será sino una leve sensación en los patios más frescos de esta ciudad. De dentro emergió una sensación de huída que me acompañaría durante todo ese fin de semana.

Era una sensación extraña la que sentía, y no puedo recriminarme mi reacción porque tengo la certeza de que cualquiera en mi lugar habría hecho lo mismo. Vereis, cuando uno busca la tranquilidad de la naturaleza como fuente de inspiración y medicina para cuerpo y alma genera ciertas expectativas que, si no tienen lugar, se convierten en justo lo contrario. Uno, que no está ahora para decepciones, siente la urgencia de construir solo, sin pedir consejo ni ayuda y de hacerlo sin dar razones ni explicaciones a quien no necesita saberlas ni es capaz de aprovechar la enseñanza en la experiencia ajena. Mejor caminar solo y sin esperar nada en absoluto.

Busqué en los bolsillos del recuerdo y encontré el mensaje que me envió al partir de vuelta a casa por primera vez, después me dio un abrazo que, si bien pareció sincero, no resultó natural. Entre tanta falta de ortografía —ya no sé si es pose, falta de respeto o simple y llano analfabetismo— ofrecía una especie de admiración que me resultó comprometedora, por eso preferí desviar el asunto hacia otro horizonte bien diferente. El tiempo me ha dado la razón y así ha terminado todo: uno escapando, sí, antes de que se derrumben los rotos muros de la relación y el otro, pues no lo sé, pero conmigo ya no podrá contar si es que me necesita, porque estoy lejos y sin fuerza para ofrecerme.

Anterior
Siguiente

Publicado en mayo 2015