Huir

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Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos.

E. Cioran

Volver a casa es un poco como volver al infierno, que es la rutina, el barrio sonando a barrio igual que hace un año, dos o cuatro, mirar por la ventana y ver lo mismo, salir a la calle y ver caras que inspiran huida.

Huir es economizar esfuerzo y volcarse en lo que inspira tu vida evitando distracciones y malgasto de energía. Huir es ser lo que uno verdaderamente es y esquivar la trampa que nos tendemos a nosotros mismos para justificar la inacción llamándola «destino». Huir es proteger el yo, confiar en el criterio, decidir que tu vida es tuya y que no necesitas ser pastoreado.

Huir es sano, es un ejercicio de honor, de respeto por uno mismo; es también una toma de conciencia de la finitud del tiempo y una intención de aprovecharlo en algo más nutritivo que sobrevivir. Huir es, definitivamente, acercarse a la muerte por el camino del criterio.

A pocos kilómetros de las puertas de este infierno ya puedo oler el tufo de la monotonía, el hedor del conformismo, la apestosa cotidianidad de los que se pasan la vida deseando y no se atreven a tirar los dados. Puedo escuchar su amargura, el aburrimiento, los berridos del rebaño reclamando su ración de ese brebaje que les aleja de la realidad, de absorber y evacuar por los poros. Puedo ver los rostros deformados y la mala leche sin máscara alguna que la pueda ocultar. Percibo el miedo al cambio, al movimiento, a equivocarse, a quedarse sin dinero, a lo distinto y también a la verdad. Cómo me repele el conformismo, el servilismo y la obsesión por un futuro que no existe. Me estoy construyendo un búnker para habilitar un mundo dentro. Sierras, bolsas de basura, cajas, trasiegos a los contenedores de basura… Estoy destruyendo para poder construir.

Hoy me ha llamado Mario, un suizo que conocí en Tavira, y me ha contado su última decisión: de su ciudad, en la aburrida y previsible Suiza, se va caminando hasta Roma para pensar sobre su próxima nueva vida. Ha aparcado su pasado sin pensar ni un solo segundo en el futuro. Dice que tiene pequeños miedos, y es normal. Mario, con casi setenta años, esta aprendiendo a ser un valiente.

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