Mi obra es incorrecta

La sociedad actual está atrapada en un éter artificial, un estado de confort fabricado que todo lo envuelve, pero que no refleja la realidad de la existencia. Este velo de amabilidad y serenidad es una mentira sutilmente diseñada para evitar confrontar con los aspectos más oscuros y verdaderos de la vida.

En este contexto, las imágenes duras, aquellas que desafían la fachada confortable en la que la sociedad está encantada de vivir, son vistas como una amenaza, porque desafían el frágil equilibrio que mantiene a las personas en un estado de apatía, alejadas del sufrimiento, de la muerte o de la descomposición. Este rechazo hacia lo crudo, lo real, lo que corta como un filo, no es un fenómeno aislado y refleja la falta de espíritu crítico generalizado en la sociedad actual. No quiero escucharlo, pero si no hay más remedio, dímelo suavemente, que me rompo.

Cada vez que alguien se enfrenta a una imagen que no encaja en el molde de lo agradable, de lo estéticamente correcto, el reflejo automático es el de apartar la mirada, pero esto no es más que una huida, un acto de cobardía intelectual y emocional. Vivimos en una era en la que se prefiere mirar lo amparado por una capa de dulzura que nos impide pensar en las verdaderas condiciones humanas, donde se nos invita a consumir sólo lo que no cuestiona nuestro bienestar ni desafía nuestro lugar cómodo en el mundo. Ésta es la gran mentira: la búsqueda de imágenes que no rompan, que no alteren el orden establecido, que no nos obliguen a pensar, que no nos arrastren fuera de nuestra zona de confort. Se nos educa en vivir en un sueño colectivo de tibieza donde las imágenes agradables son las únicas aceptables, las únicas que se consideran arte.

Sin embargo, el verdadero arte, aquel que tiene la capacidad de transformar, de sacudir el alma, no puede limitarse a lo complaciente. El arte no es un ejercicio de validación personal ni un escaparate de suavidad. El arte verdadero confronta, remueve, obliga a mirar lo que preferiríamos no ver. Las imágenes duras no son sólo una manifestación estética, son una necesidad existencial, una llamada a la reflexión y a la toma de conciencia; y aquéllos que huyen de ellas, los que prefieren la calma antes que la tormenta, no hacen más que prolongar su desconexión con la realidad. La sociedad actual, tan aferrada a la mentira de la armonía superficial, se niega a afrontar las rupturas que son necesarias para crecer, para evolucionar. Así, permanece dormida, encantada en su propio letargo, ignorando que la verdadera libertad está en la confrontación con lo que nos incomoda, con lo que nos sacude.

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