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Prólogo para un diario

Quién me iba a decir diecisiete años después que aquella decisión iba a traerme hasta aquí. Ni en el más lúcido de mis pensamientos habría acertado con las consecuencias de aquel acto nacido de la necesidad de ser dueño de mi propia vida. Siempre firme en mi decisión, no me faltaban argumentos para tomarla mil veces más, inspirado también por un terapeuta con el que estuve trabajando contra un miedo y con quien convine considerarme un ser fronterizo que puede caminar igualmente a un lado o al otro lado del límite. Un “outsider”, dijo concretamente.

Fue en aquellos tiempos que alguien me preguntó por correo electrónico qué haría cuando dejara de tener miedo, y supuse yo que tocar el cielo y después morir de pena sin lo desconocido, lo nuevo, lo distinto o lo que está fuera de lógica, como hacerse la vida imposible a uno mismo a fuerza de hurgar en la herida, que es a lo que me dedico desde aquella época. No sé si era consciente de lo que decía, pero desde entonces pienso tanto en aquella respuesta como en otra que, a cuento de no sé qué surgió, tiempo después, en otra conversación: “hacer las cosas por amor y con pasión”. Me pregunto en qué estado de enajenación mental estaría yo en el momento en que vomité esa certera horterada. Yo, que no creo en el amor sino como el mejor narcótico contra la creatividad o como adormidera del espíritu que convierte a la persona en el ser más vulnerable, tambaleante, ciego e insensible a todo lo que no ocurra dentro de ese mundo de ficción en el que vive.

Ambas ideas, o sus contrarias, han determinado, y tampoco sé en qué medida, mi posición en el mundo. Es lo que me explica alguien esta mañana, muchos años después de empezado este partido tan enrevesado que juego en mi territorio interior y en el que hoy, cuando empiezo a escribir por enésima vez las líneas maestras de una confesión, voy por debajo en el marcador. Tengo miedo, no engaño, y lo arrincono con la pasión que a veces es vehemencia. Gracias a una cierta dosis de miedo proyecto cada equis tiempo mi vida de una forma personal y probablemente equivocada. Necesito miedo en mi vida, no lo puedo negar, es lo único que me hace reaccionar y hacer cosas. La vida, sin hacer, no me sirve para nada.

Desde aquel 2002 en que aposté por explotar mi potencial se ha cruzado en mi camino demasiado imbécil —sin báculo— y mucho oportunista con intereses ocultos. Vivo en un mundo líquido lleno de depredadores disfrazados de amigo, ahora ya lo he comprobado. Creí que alguno se salvaría de la quema, que alguno tendría una idea aproximada del verdadero origen de mi momento, pero no, hoy me quedo perplejo al mirar a mi alrededor o la agenda de mi teléfono, cada día más vacía. Según he ido quedándome más solo, por mérito propio o por desinterés ajeno, he aprendido algunos comportamientos o intenciones de los que me rodean, y puedo decir que he terminado por mantener los compromisos justos con el género humano; una o dos personas, a lo sumo, forman parte de mi círculo más cercano sin que esto signifique que yo forme parte del suyo, claro está.

Escogí una soledad sabiendo que era el final inexorable de un héroe trágico, y asumo que todos los bolos caigan sobre mi cabeza en un momento de descuido o por culpa de la falsa seguridad que supone creer que todo está controlado porque nada está realmente bajo control. Eso es viajar.

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Publicado en diario iberica 2019