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05.06.2018

De nuevo en la carretera.
No para de llover.
Lleva así varias semanas: niebla y lluvia, niebla y lluvia…

Desayunamos juntos por última vez.
Dejé en la encimera un litro de zumo de naranja, otro de leche y una caja de galletas que para otros pueden ser más útiles que para mí.

Despedida emotiva después de tres días juntos.
Un largo abrazo bajo la lluvia. Escríbeme ¿eh? —me dice—.
Yo asiento con un “seguro” y con algo parecido a una sonrisa.
Observo cómo lo va engullendo la niebla según se aleja.
Sé que no quiere mirar hacia atrás, y yo no puedo apartar mis ojos de esa silueta hasta que desaparece y me quedo solo en medio de la nada.
A lo lejos se ve llegar a un peregrino bajo su poncho.

(En Monte do Gozo, con Cesare)

Imagen

Intento deshacer el nudo que tengo en el estómago.
Respiro profundo e inicio el retorno a casa.
Continúa lloviendo.
Paro a los nosecuántos kilómetros y sello sin decir una palabra.
Desayuno mojado.

En un pueblo de mierda pago por una litera de mierda en un albergue.
Estoy rodeado de alemanes gritones y obesos, y me pregunto en base a qué esta gente pudo creerse alguna vez una raza superior.

No deja de llover.
Oscurece.

(Ni siquiera recuerdo el nombre del pueblo)

——

¿Qué pasó al final con Cesare? Un par de meses después de llegar a casa le escribí un correo electrónico, tal y como habíamos acordado. Respondió un escueto “te escribiré” y ahí quedó todo. Desde entonces —decidí— no volvería a dar ni pedir una sola dirección de correo a nadie. Lo que pasa en ruta se quedará, para siempre, ahí.

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Publicado en Notas