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20.03.2018

Quedan veinticuatro horas, sólo veinticuatro.

Me he despertado muy temprano, hacia las 5 de la mañana. Desde el calor del saco he visto al cielo cambiar de color, del negro a un ultramar triste y desteñido y, después, a un gris opaco que ha ido aclarándose hasta traslucir su verdadero color entre la densidad del nublado que nos da los buenos días hoy. No dejo de pensar, como si fuera un tiovivo en el que una y otra vez pasan por delante de mí las mismas imágenes, machaconamente, esperando conclusiones que no consigo aventurar.

Salgo del saco para mear, camino por la casa gélida hasta el cuarto de baño y veo reflejada una sombra familiar en el espejo. Todas las mañanas es lo mismo, pero ésta es diferente porque, vestido con lo mínimo intento imaginar el frío que sentiré pasado mañana cuando repita la rutina de siempre.

Mis manos buscan el calor en una taza de té muy grande en la que está escrita la palabra “cofe” y me vuelvo al saco, donde contesto a otra pregunta que me hace alguien en la Red Social. Es muy personal, y esta vez me esmero con mi inglés para que no quepan dudas sobre lo que cuento. Cuántas veces preveo que voy a tener que contestar lo mismo en los próximos meses.

El parte meteorológico de hoy anuncia rachas de viento de hasta noventa kilómetros por hora y sólo pienso en mañana, en tener que iniciar mi viaje con un viento así golpeándome en la cara.

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Publicado en Notas