Saltar al contenido →

De nuevo el camino

Sin pensármelo mucho saqué la mochila del trastero.

Olía a humedad y a abandono y estaba aplastada. En su interior había aún restos de mi precipitada huída que nunca llegué a sacar, un par de calcetines, el chubasquero y los guantes que tantas veces necesité el invierno pasado. Además, encontré la linterna que tanto tiempo llevaba buscando y una caja con sobres de azúcar que había ido guardando para los desayunos. La estiré un poco y la acaricié.

Para esta escapada corta no necesitaba comprar nada de material. En estos años he ido acumulado una cantidad suficiente como para poder elegir el equipaje necesario para cada estación y lugar por donde se me antoje deambular. Tampoco me debía preocupar de mi estado de forma, porque sé que el tiempo logra que uno se acomode al ritmo del camino y a dormir al raso después de interminables jornadas en las que siempre termino perdido o perdiéndome.

Imagen

Zaragoza, 12 de enero de 2017
Esperando en la estación a primera hora de la mañana.
Cuántas fotografías de este momento tengo ya.

Me encantó la vieja idea, y más que un problema me pareció que, por una vez, lo iba a hacer por mí y para mí. No pensé siquiera en rentabilizar mi esfuerzo, sólo en mi necesidad imperiosa de volver a saborear la libertad, de tomarme tiempo para mirar cada piedra del suelo que piso y sentir frías las noches y la escarcha del amanecer; quiero despertar mirando el mismo cielo con el que me duermo pensando que el Imperio puede volver a hacer otra de las suyas…

Entré en el dormitorio y abrí de par en par las puertas del armario. Rebuscando un poco localicé las bolsas de nylon en las que guardo habitualmente la ropa y, preocupado por la posibilidad de que lloviese y no tener ropa seca para el final de la jornada, rellené los huecos con varias camisetas más y un par de prendas de lana que, imagino, volverán impregnadas de esa mezcla de olores de monte y sudor que siempre me traje a casa en cada regreso.

Al menos dos cosas diferirán entre éste y mis viajes del pasado. La primera, ahora, en mi mochila viaja un neceser con las pastillas que tengo que tomar a diario, lo que me hace sentirme mayor y, por tanto, que debería ser más cauto. (¡Anda ya!).  La segunda es sin duda algo más dramática, pero no supondrá ningún impedimento: por primera vez, a mi regreso nadie me va a estar esperando en casa, me la encontraré a oscuras, en silencio y gélida. (¿Y qué?) Si yo ya no soy el mismo y los años han pasado por mí, es de ley que también cambien mis circunstancias.

 

Imagen

Camino de Pozalmuro, 13 de enero de 2017
Emprendo la marcha por el camino helado.
El cierzo trae aguanieve.
Tengo las manos y la cara heladas.

Con una duda en la cabeza, me acerqué a la biblioteca buscando una vez más inspiración en mis libros y entresaqué un par de ellos sobre la filosofía del caminar, mi verdadera pasión, buscando párrafos para azuzar emociones. En uno de ellos leí que el nómada se dará cuenta a su regreso de que nada habrá cambiado a su alrededor, que, en todo caso, el que habrá cambiado será él.

Por alguna razón que desconozco, algo torció mi gesto. No lo quise pensar más, cruzaría ese puente sólo cuando llegase a ese río.

 

Imagen

Masegoso, 14 de enero de 2017
Comiendo al sol de media tarde.
Buscando composiciones.
Esperando.

Anterior
Siguiente

Publicado en Notas