El empoderamiento es hacer con independencia de criterio, en el ejercicio legítimo de la libertad y sin que importe en absoluto la opinión ajena. Intoxicado por la ideología el empoderamiento no es libre y, por tanto, no es. De este modo lo vi en aquella aldea de la estepa castellana mientras desayunaba una mañana nubosa de verano.
Se lo comentaba a un granadino que se movía por España de una forma tan caótica como la mia. Habíamos coincidido aquella mañana buscando un lugar para repostar agua y echar un café y algo más al estómago antes de continuar nuestros caminos. Tan temprano como era, el bar estaba cerrado, y juntos consumimos el tiempo con un cigarro y la historia de los mil cachivaches que adornaban los tubos de su bicicleta. Como suele suceder, a los diez minutos parecía que ya nos conocíamos de años. Quizá por esa razón compartimos aquel desayuno, el día completo y su noche.
Yo compartí la historia de una que, recién terminados sus estudios de Magisterio, se interesó por escuelas de enseñanza alternativa. Tras localizar algunas en el mapa de España, pensó en visitarlas a golpe de pedal. A mí me pareció una idea interesante si tu mundo es la educación, y yo mismo haría ese viaje si la educación alternativa fuese lo mio. Ambos estábamos de acuerdo, sobre todo porque ella se estrenaba en esto de los viajes en bicicleta y España es, en general, un país fácil para empezar en ello y suficientemente amplio como para dedicarle toda una vida. Lo de las escuelas alternativas podría ser sólo un motivo, y creo que no hace falta más para echarse a la carretera y aprender algo más nutritivo que la teoría escrita en libros.
Animada debía estar porque, según los detalles que me contaron, se había comprado ya una bicicleta, una tienda de campaña, un saco de dormir y todos los apechusques que creyó necesarios para su aventura. Sin embargo, cuando ya lo tenía todo y la ruta estaba diseñada en su cabeza, se le ocurrió comentárselo a su círculo de amigos más cercanos y a su familia. Ése fue su error: quien no se atreve, intentará siempre persuadir a quien pretende hacerlo intoxicándole con sus miedos, dudas y otras zarandajas que terminan dinamitando toda buena intención si no se tiene la determinación apropiada. Eso es lo que debió suceder, la chiquilla terminó aceptando ese miedo y, según me comentaron, había desistido.
Enseguida le propuse que nos pusiese en contacto con la simple idea de hablar con ella sobre su iniciativa, y mi plan no era convencerla yo, sino ponerla en contacto con otras chicas que viajan para que fuesen éstas quienes disipasen esos miedos infundados. Él anotó mi teléfono y, al día siguiente, me aseguró que se lo había dado y que cualquier día ella me llamaría. Yo tenía la seguridad de que, si en un par de días no me había llamado, nunca lo haría. Mucho tiempo después sigue sin haberse puesto en contacto conmigo y ya dudo mucho que lo vaya a hacer.
Es evidente que todo lo que aquella chica tenía en la cabeza no era otra cosa que sueños, término muy de moda en los últimos tiempos que linda con el delirio y parece hermanado con el miedo y la pereza. Los sueños, por definición, pertenecen al mundo de lo onírico, de lo irreal, y construyen fantasías; nacen y viven en la mente y sólo en algunas ocasiones se convierten en hechos. El soñador es un ser delirante que percibe la realidad que le rodea de una forma distorsionada y que actua fuera de la lógica naturalizando lo que nunca ha sucedido como hecho consumado: vive en un mundo de sueños.
«Planes, no sueños». Es lo que propongo: qué hacer, por qué, cuándo, dónde y cómo; caminar en pos de ello con pocas respuestas y nuevas preguntas en la mano y a la vista siempre. Atrévete, toma tus decisiones, actúa. Empodérate, hazte valer, cobra significado en el universo. La sociedad postmoderna, obesa de sueños y falta de personalidad, voluntad y criterio, opta por soñar y no se avergüenza al manifestar su adicción a la comodidad y a volverle la cara a las experiencias reales sustituyéndolas por sus versiones edulcoradas. La sociedad postmoderna vive en un mundo que se pudre día a día, pero prefiere taparse la nariz porque piensa que cambiarlo es difícil. Pero no se trata de cambiarlo, sino de hacer uso de la Libertad, vencer el miedo, que es su contrario, escapar de sus tentáculos y experimentar las sensaciones que éste anula en su estado puro: el calor, el frío, la alegría, la plenitud, la soledad, el asco, etc. Se trata de escribir una definición personal y original del mundo desde lo vivido. Crear lemas y banderas no es empoderarse; es, en el más inocente de los casos, una declaración de intenciones intrascendente y la puerta abierta a la frustración, el fracaso de la voluntad y del individuo.
El empoderamiento exige vencer el miedo a estar solo, a perderte, a improvisar, a vivir en el almabre, a la oscuridad de la noche, a pasar frío, al desfallecimiento que te pide abandonar. El empoderamiento aparece cuando aprendes a no preocuparte, o sea, cuando aprendes a convivir con el miedo y la incertidumbre de un mundo que funciona pese a las personas. Entonces terminas encontrándote sin esperarte y te ves descansado, comiendo y durmiendo en un lugar cálido y protegido. A ese estado llegas cuando has decidido no detenerte por nada y librar batalla contra las adversidades, cuando tu vida acepta el resultado, cuando sabes extraer de él la valiosa enseñanza que te ofrece, cuando sabes que pagas con tu vida por ello y lo justo es tener las manos llenas, cuando tus recursos se amplían, se enriquecen y ganan en utilidad. Empoderarse significa que todo tu tiempo te pertenece y lo manejas a tu antojo sin intereferencias externas, que eres dueño de tus decisiones y te reconoces como responsable de sus consecuencias, cuando logras subrayar tu nombre en el universo, transpasar un umbral nebuloso o hacer tuyo un pequeño fragmento del suelo que pisas para encontrar tu lugar en ese firmamento que cada noche miras desde tu pequeñez y cuando, después de toda una vida, termines sabiendo quién eres.
Todo lo demás es arroz con cosas.