—Lo de menos es el equipaje. Pensé.

—Esta bici no la muevo, voy a sufrir mucho.

—Como todas las otras veces en las que la has llevado más cargada.

La cabeza, la maldita cabeza que me va a mil por hora: ¿Me llevo la tienda o voy de vivac? ¿Lloverá? Viento, seguro que va a hacer, el maldito cierzo. Me voy hasta su raíz, así que me acompañará todos los días, seguro. La comida, no puedo llevar comida para todos los días…

—O sí, mira que por allí no vas a encontrar tiendas, que aquello está muy, pero que muy, vacío.

Aquello ya lo caminé hace años, en un par de ocasiones o tres, una en verano, otra era en el mes de enero. Fue simplemente una toma de contacto que me dejó la miel en los labios y unas ganas de continuar. No sé por qué no seguí adelante. Quizá porque deseaba volver a pisar todos los pueblos de la comarca aquella tan abandonada.

Revisar los mapas. No me gusta y, la verdad, no sé si me tranquiliza o me pone más nervioso. Sólo me interesa saber que la diagonal de la comarca mide treinta y seis kilómetros, o sea, una mañana de pedaleo tranquilo. Al ver lo que voy a encontrar entre mi casa y aquello aparece una cierta ansiedad. Después, cuando me lío en la faena, se me olvida, pero hasta ese momento, lo paso mal.

Si me sobrasen un par de días, podría pasarme a visitar a Alberto…

—Vamos, no te líes. Bastante vas a tener con esto como para liarte con visitas. ¿Te ha llamado, siquiera, alguna vez? ¿Nunca? Pues eso.

Llevo repuestos y herramientas. Sí, se nota el peso. ¡Joder si se nota!

He sacado la medicación para quince días. Hoy toca doble pinchazo y, mañana, a arrastrarse, dolores de cabeza y sueño a todas horas. Va a ser un día duro.

Esta noche, como tantas otras, dormiré fatal, me costará conciliar el sueño y me despertaré un par de veces o tres. Lo de siempre, eso no cambia. Después, a las cinco y pico de la mañana, cuando queden un par de horas para salir a la carretera, me costará levantarme y le pediré al despertador diez minutos más.