Por si aún existiese, el caminante ha querido acercarse a aquella esquina de la antigua estación. Allí abría la puerta un bar donde un día sintió por primera vez el viaje. Por eso volvió, para escribir sobre el mármol redondo de la mesa en aquel rincón lóbrego de su memoria, deseaba volver a pisar el suelo de mosaico y pedir otro café, cotejando así si todavía podía aquello recordarle a la Lérida de finales de los ochenta con su cámara colgando del hombro. El bar ya no existe, y no hay nada en su lugar que se le parezca.
Continúa hacia la placita en donde esperó algunas veces en su portal a aquella Clara hoy desvanecida, todo parecía igual que quince años atrás, era posible que ella también estuviese en casa. No encontró razón para reavivar aquel pasado y decidió dejarlo cubierto de polvo.
Es muy temprano, aún no ha amanecido, el caminante sale por la puerta de atrás de sus recuerdos tomando una calle hacia arriba, rebuscando en su memoria la salida por lugares que han quedado demasiado atrás. Con el alba ya se encuentra fuera de la capital, que se despereza detrás de la luz que sale de cada ventana. Desayuna sentado en un bordillo, al margen derecho de la carretera y apoyado en la pared de un garaje cerrado, un café y unos bizcochos. Con el agua sobrante aún caliente prepara otro café, y después de un largo trago se dispone para una jornada sofocante. En el cielo ni una sola nube. Según el parte de anoche las temperaturas serán altas y el ambiente seco, para hornearse en la playa.
Turre queda cerca de una carretera sin tráfico ni arcén por la que conductores resacosos se baten en retirada con la música retumbando dentro de sus coches y algunos camiones que circulan despacio buscan la salida hacia la autovía. Una chica espera con sus cosas en el suelo a alguien en la puerta de una casa cerrada a cal y canto, un tipo muy gordo circula con su bicicleta disfrazado de ciclista y la imagen resulta cómica. El caminante se fija en todos los detalles, sin embargo nada espolea aún sus ganas de pulsar el botón.
Pasado El Chuche la carretera corta los cerros en dos, sube y baja a lo largo del secarral en el que crecen dispersas palmeras y agaves que alzan sus troncos hacia el cielo retando al vendaval que los abata. En un par de ocasiones se detiene a beber agua y a probar diferentes enfoques, pero siempre encuentra algo en el paisaje que no le termina de convencer: un cartel, un poste o una antena siempre restan naturalidad a la escena, le abofetean en los hocicos con una dosis de horterada y modernez, o abandono, que resulta irritante.
Agaves
Benahadux, Almería. 2008
El Toro se alza desde hace mucho tiempo en lo alto de un cerro vigilando la vega seca del Andarax, a la entrada del pueblo. Un puente de piedra pasa por encima de la rambla por la que de vez en cuando circulan agricultores y remolques. Con el sol a la espalda y el tráfico también su mente planea la posibilidad de dirigirse a la costa para descansar unos días. Donde se encuentra ahora no se sienten las olas batiendo contra la arena de la orilla, sino una brisa que le refresca a ratos y le recuerda que está en las puertas del desierto más septentrional de Europa, en medio de un paisaje que transporta olores del norte de África.
Puente sobre el Andarax
Benahadux, Almería. 2008