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22 de marzo de 2015

Al final de la Cuarta Cuaresma nació otra primavera, a la luz de una bombilla y en la oscuridad de la esquina más recóndita de un establo. Bienvenida Primavera, dijo El Telillas, se parecía al Moi, un cabrón que se había ahorcado hacía tiempo, y yo sin saberlo.

Mientras tomo fotografías, El Chusma, padre de la criatura, se restriega encabronao contra Javi y amaga ataques contra mi persona. Tomo precauciones, no vaya a ser …

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Fuera está lloviendo —ahora sí, ahora no— y ya hemos iniciado el incómodo descenso por las calles embarradas de la aldea con varias docenas de impresiones rurales en bruto que son pura y dura materia prima embrutecida, estética natural en raw que la tecnología interpreta como luz de colorines. La tecnología es necesaria cuando nos permite acceder a una forma default del todo, a un punto de fuga. Si no, es otra cosa.

Aquí, la tecnología es absolutamente necesaria incluso para combatir la soledad, no conviene olvidarlo. “El teléfono móvil es una medicina necesaria para no volverse loco”, asegura Javi, un vecino que llegó a esta aldea hace un par de años —más o menos— desde Barcelona y con la idea de rehabitar una casa con contraventanas azules. Me contaba hace unos días que la vida aquí es intensa, y lo dijo matizando cada sílaba, haciéndome volar hasta aquel teatro de cometas prisioneras, al té HC y al campo de batalla. En consecuencia, recaí en un consumo excesivo de Cielo de Madrid y en mi maldita manía de recorrer cornisas. Era inevitable.

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Publicado en marzo 2015