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Entre paréntesis

El caminante está empeñado en enfocar un primer plano del paisaje. Por la vía de servicio circulan algunos coches y un grupo de ancianos que pasean a estas horas de la mañana observan al caminante, que está tumbado en el suelo … ¿Qué hará?

Esta luz cambiante complica la toma de panorámicas largas, porque desde el primer fotograma hasta el último la diferencia de luz es perfectamente apreciable. Dos horas después ésta se estabiliza y los objetos que quiere incluir en la imagen muestran sus texturas más naturales: el óxido de la noria, la chapa del cartelón, su tosco pintado, la tierra labrada que mancha la ropa con sólo rozarla, etc. La luz es dura y el cielo norte, de un azul intenso típico de las mañanas frías de invierno.

El viento y la hierba que le rodean se mueven poco … Menos mal.

© nacholuque, 2008. Todos los derechos reservados

Noria
Manzanares, Ciudad Real. A4, km 174
Invierno de 2008

Tiene hambre, por eso se dirige hacia una fonda para comprar un bocadillo con cierto regusto moruno. El ambiente, impregnado de olor a especias, le trae recuerdos del lamacún de pocos meses atrás. Compra también una lata de cerveza y toma otras dos mientras le preparan su pedido. Prisa mata.

Come después al sol, y se recuesta en la mochila antes de iniciar la marcha hasta Valdepeñas con el sol desplomándose en el horizonte y el campo anaranjándose. Pasa por delante de varios puticlubs y un grupo de hombres se vuelven a su paso. Un poco más adelante se detiene para hacer unas fotos del aparcamiento de un restaurante y aquellos hombres suben a un Mercedes destartalado que desaparece engullido por el polvo del suelo.

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La vía de servicio se ha ido transformando poco a poco en una avenida con casas abandonadas a ambos lados, algo que parece una urbanización con un par de parcelas donde se amontonan coches oxidados y una especie de desguace cerrado y sin vigilante. La escena es tétrica. Atraviesa el lugar con cierta precaución hasta el final de la avenida, donde una verja le cierra definitivamente el paso. En lugar de volver sobre sus pasos el caminante decide saltar la valla en el momento justo en el que suena el teléfono. Mantiene la conversación al tiempo que trepa por los ladrillos, que se descomponen en sus manos. No es realmente peligroso, pero el caminante trata de evitar una caída innecesaria. Como si existiesen caídas necesarias.

En Casablanca la ruta empieza a hacérsele pesada al caminante; además le duelen las plantas de los pies. Entra a descansar en un restaurante y pide un par de licores y un café con leche, necesita algo caliente para coger temperatura en el cuerpo y olvidarse del ruido de la autopista hablando un rato, por ejemplo, con el camarero, que cuenta una vez recorrió una parte de Argentina con su novia practicando autostop. Después de un rato, el caminante, que jamás ha viajado en autostop, asiente como embobado.

Ahora está siguiendo las indicaciones del camarero para llegar hasta Valdepeñas, tiene los pies realmente doloridos y un frío de verdad. Ha anochecido completamente y aún le quedan diez kilómetros para llegar, no puede pensar en otra cosa más que en sus pies, en un lugar donde dormir y en el calorcillo del saco. Todo eso cabila mientras varios coches se dirigen hacia los clubs que salpican los márgenes de la autovía; “casas de glamour” escuchó una vez que las llamaban. Las luces de la autovía le ciegan y camina realmente incómodo con la mano delante de los ojos protegiéndole de la ceguera. Al pasar al lado de una enorme casa rural —junto a la autovía— el dolor de pies es ya insoportable y se detiene un poco.

Consumido el cigarro retoma su ruta el caminante procurando no pisar demasiado fuerte, pero es ridículo, el peso de la mochila le aplasta contra el suelo. Resignado acelera el paso para que al menos los kilómetros pasen más deprisa.

Al fin divisa las luces de un pueblo enorme, debe ser Valdepeñas. Una sensación de alivio recorre todo su cuerpo de abajo hacia arriba y desde arriba hasta abajo. Su ropa, empapada de sudor, empieza a enfriarse, hace mucho viento y el ruido de los camiones durante todo el día le tiene loco, así que decide acostarse allí mismo, en la puerta de un olivar, demasiado expuesto, sí, pero todo le da igual ahora.

Ni cena, sólo piensa en calentar el saco y en dormir.

A las seis y cuarto de la mañana se levanta con un hambre feroz, por eso se dirige al pueblo por una carretera casi vacía y sinuosa que baja hacia el pueblo aún dormido. Un camión sube retumbando entre los taludes que flanquean la autovía.

© nacholuque, 2008. Todos los derechos reservados

Carrascas
Almuradiel, Ciudad Real. A4, km 238
Invierno de 2008

En el aparcamiento del primer bar desayuna un café y unas migas de magdalenas que rebaña de la bolsa que compró ayer por la mañana. Al abrigo del viento, muy frío a estas horas, espera a que las luces del alba le inviten a volver a la carretera. Se dirije a Santa Cruz sin descansar y después pasará por Almuradiel, donde habrá mucho que hacer. Al día siguiente por la tarde pretende dormir en Santa Elena.

No tiene prisa por llegar a Despeñaperros, cuando acabe este tramo ya verá qué decide.

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Publicado en De Toro a Toro