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Notas para un diario (16)

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Hace un año llegaba por segunda vez a la frontera y, en esa ocasión, con la extraña sensación de que iba a tardar mucho tiempo en volver a pisar aquellas carreteras. En un día como hoy rodé los últimos kilómetros hasta la frontera profundamente melancólico, por mi cabeza pasaron muchísimas imágenes, recordé momentos y conversaciones de final de jornada para que no se me olvidasen jamás.

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Trás-Os-Montes me decía adiós mientras tomaba las últimas fotografías. Pensé dar la vuelta, quedarme para siempre allí, buscar un lugar donde desaparecer y hacerlo para siempre. Pero eso habría significado echar raíces, y mis principios me impidieron hacer tal cosa. Durante unas horas viví en una batalla entre sentimientos y principios que resolví dejándolos volar desde lo alto de aquellas montañas, que se oreasen con aquella brisa fresca. La mañana era luminosa, unas nubes enormes y blancas flotaban en el horizonte, un rebaño de ovejas pastaba a poca distancia, al otro lado de la carretera, ajenas a todo y al paso del tiempo. Yo pensé si aquellos animales podrían comunicarse con las españolas. Durante el último mes me había acostumbrado a escuchar un idioma diferente, aprendiendo algunas palabras y expresiones y consiguiendo expresarme en ese idioma, el Portuñol, que es lo que me hace sentirme más cerca de esta gente. De repente se me antojó que no volvería allí hasta poder comunicarme con ellos en su propio idioma, y se me ocurrió que iba a ser una tarea complicada para tener que hacerla yo solo, pero no me importó demasiado.

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Pensando en aquella tarea mi guerra interna se resolvió como por arte de magia, mi pena dejó de pincharme el corazón y, gracias a la brisa, mis lágrimas se habían secado. Pensé aquel momento como una despedida suave, y que era la más adecuada, y que aún no había aprendido a despedirme y que por delante quedaba aún un mes de viaje. Así que allí dejé mis mejores sentimientos, junto a un montón de imágenes y sonidos, ordenados con cuidado en el arcén de aquellas montañas tan solitarias. Allí quedaron hasta que vuelva otra vez, allí me esperarán, estoy seguro, porque allí parece que nunca pasa nada, ni siquiera el tiempo.

Al cruzar la línea, un par de horas después, me detuve para mirar atrás y, con el corazón encogido, se me escapó un “hasta pronto”.

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Publicado en diario iberica 2019