Las páginas más antiguas no se pueden leer en los libros, hay que haberlas vivido.
Llevo años viendo esta página vacía, sólo la fotografía del dinosaurio de mentira que un día colocaron en aquel pueblo aparece cuando alguien cae en ella, y ahí terminan las publicaciones de este diario de viaje. Me harté de contar mentiras.
Desde aquel día han pasado muchas cosas, aunque me cuesta recordarlas todas y, sobre todo, ponerlas en orden.
He pasado de la abundancia a la ruina, así dos veces y, ahora mismo estoy en la tercera vuelta; mi relación de pareja se terminó y no quedó otro rastro de ella que los raspones y moretones de mi caída. Cambié las botas por una bicicleta muy extraña, diferente, y con esta compañera recorrí en sólo dos años tantos kilómetros como a pie en el resto del viaje, me he sentido en la película de mi vida más que nunca y, sí, lo he disfrutado aunque el título del diario de viaje es francamente inquietante, “Road to ruin”, camino a la ruina, que es a lo que me he acostumbrado después de tanto ver. He conocido mil lugares más, a cientos de personas de la más variada condición, he aprendido otro idioma.
Pasé del audiovisual a la fotografía, y fotografié todas las puertas que me encontré con verdadera pasión, y con ello sigo. Pasó el tiempo, rebusqué en el archivo y seleccioné algunas para publicarlas en un libro. El libro no funcionó como esperaba. “Mal país para vender libros”, me dijo el empleado del Registro. Yo ya lo sabía, y lo publiqué por mí, no para vosotros.
Después decidí fotografiar toda la basura con la que este mundo decadente adorna los arcenes de la carretera, y que yo me llevo a casa para trabajar con ella. Estoy contento con el resultado que estoy obteniendo aunque no sé qué voy a hacer con ella.
En todo este tiempo, el mundo rural, que jamás le importo ni siquiera a quienes vivían en él, se ha puesto de moda. Como dijo Laureano, “se marcharon ricos (y echando pestes del pueblo, del cual se avergonzaban) y vuelven pobres”. Es lo que tiene cuando te das cuenta de que no eres rico, que tu sueldo es una mierda y que no eres capaz de mantener el ritmo de vida que te gustaría porque no te corresponde. No hemos aprendido nada.
Ahora me importan muy pocas cosas, menos que antes incluso. Me he vuelto muy desconfiado y procuro comunicarme con cuanta menos gente, mejor. No me va mejor, pero tampoco peor, y duermo tranquilo. Me dan igual los problemas de los demás, más que nunca, no llamo a casi nadie por teléfono y hace años que no envío un correo electrónico. Sigo sin querer trabajar y, aunque hace cinco años me compré una casa, vivo en ella lo menos que puedo, en los dos últimos años apenas cuatro meses si sumo todo el tiempo que estuve allí. Mi espíritu vagabundo me tira cada vez más, todo lo que tengo me pesa demasiado y me estoy empezando a acostumbrar al hambre y a no querer quedarme en ningún lugar, que es el sentimiento que marca mi vida desde hace muchos años. Tampoco quiero demasiada gente a mi alrededor, me sobra el ruido y hace cinco años que no me tomo nada con nadie, el alcohol es parte de un pasado cada día más lejano y me repele que alguien beba a mi lado. Lo único que no he abandonado es el tabaco, pero pronto llegará el momento de hacerlo, cuando decida que no quiero pagar siquiera ese impuesto.
Quería la vida en crudo y es lo que tengo: una vida que casi nadie se atreve a elegir.