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Despliego mi tablero de La Oca.

En este pueblo están acostumbrados al forastero repentino. Varios vecinos me explican episodios pasados y también cómo sucedió que se fueron quedando solos. El frío inundó las callejuelas adueñándose de la piedra, rancios blasones despojados ya de su nobleza nos vigilaban altivos por encima de dinteles deslustrados y el agua continuó manando en el pilón al mismo ritmo.
 

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El silencio tomó el relevo de las conversaciones tejidas por cuatro que habíamos terminado ya la jornada. Un par de tractores esperan en medio de la calle con el motor en marcha y mi mochila descansa ya en los bajos del Ayuntamiento. Alguien necesitaba enviar un correo electrónico con cierta urgencia, pero decidimos que se abriese el bar para resguardar la conversación y tomar una cerveza antes de conciliar el sueño. Entonces, las gallinas de la plaza se acurrucaron, la luz de varias farolas dibujó una línea hacia la sierra de San Miguel, Nuestra Señora de la Asunción se escondió en sombras profundísimas y éste, el que escribe, se quedó solo en medio de la plaza empedrada sin haber visto una sola oveja en todo el día.

Recuerdo que justo antes de dormir me pregunté dónde podrían estar.

 

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Publicado en Alcarama