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Al alba, me dijeron, con el sonido de fondo de los cencerros de las vacas que campan por todo el despoblado, los jabalíes y los corzos bajarán al arroyo para beber.

Cruzó un ciervo enorme la pradera y el rítmico golpeo de sus pezuñas en la alfombra de hierba lo delató.

Desayunar en este lugar trajo a mi pensamiento recuerdos del viejo. Imaginé una conversación acerca de por qué el desayuno no podía prolongarse mucho más.Le conté las razones para emprender la marcha por la pista que se interna en el bosque un poco más alante y le expliqué que después tendríamos algunas rampas largas a pleno sol y que era mejor recorrerlas cuanto antes antes para que no se conviertieran en un calvario. No lo pensé un par de veces, los pies empezaron a avanzar solos. Con los ojos enrojecidos hasta la mirada turbia balbuceé un “hazme caso, primero más despacio y ya encontraremos el ritmo de la vida”. Y nos fuimos alejando lentamente.

Diminuto, un punto avanza por la línea dibujada en la falda de la montaña.

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Publicado en Alcarama