Me ocupó varias horas filmar calles y balcones ruinosos, edificios mostrando sus vergüenzas y placas de esquina con nombres sonados. Medio insatisfecho me deslicé por el sendero del río unos pocos kilómetros más allá, al despoblado más transitado de cuantos se esparcen por estos montes. Planeaba encontrarme con los tres navarros y aligeré el paso para que fuese a la hora del almuerzo, pero el peso de mi mochila y el desgaste por el calor trastocaron mis planes.

El Linares retumba encajonado entre paredones, corre en sentido contrario al mio y eso me resultó chocante. Deduje entonces que el resto del camino tendría que ser en ascensión. La física dice que los ríos siempre corren hacia abajo y caminar contra corriente significa que el camino sube desde la sierra hasta El Pueblo.
 

En lo alto de la ribera derecha del río se asienta otro grupo de casas sacando pecho sobre una ladera desde la que se puede vigilar el cañón. Para llegar a él he de trepar por lo más escarpado, sorteando arbustos e inventando accesos entre lindes de piedra. Resbalo varias veces y en un par de ocasiones casi pierdo el equilibrio. El equipaje tira de mí hacia atrás y tengo que avanzar con cuidado, agarrándome a los macizos de hierba y asegurando cada uno de mis pasos para no rodar montaña abajo. Sudo por todos los poros del cuerpo y jadeo queriendo llegar a los bancales que hay por debajo del primer grupo de casas. Arriba, en puertas del lugar, desisto de caminar por calles devoradas por las zarzas.

¿Significa algo este momento?