Desde que vi publicado por primera vez un artículo sobre la intención de consolidar la Estrada Nacional 2 como patrimonio nacional portugués no me quité de la cabeza la idea de recorrerla. La «Ruta 66 portuguesa» —así la denominaban— atrajo mi atención junto con lo que había leído sobre el país en los libros de algunos escritores españoles y portugueses. Las descripciones de la región de Tras Os Montes por Julio Llamazares, el caracter de los personajes de José Saramago en «La balsa de piedra» y los relatos de Miguel de Unamuno en su «Por tierras de Portugal y España» que, aunque escritos en una época muy anterior, retratan perfectamente el actual caracter y entorno portugueses. Esas lecturas, que son para mí de cabecera, calaron en mí dejando una marca imborrable, alimentando mi interés por conocer un país tan cercano como desconocido para la mayoría de los españoles.
La EN-2 es fácilmente identificable por sus clásicos hitos kilométricos. Sólo en un tramo, desde Penacova a Santa Comba Dão, los hitos desaparecen porque una parte de la nacional ha sido engullida por la autovía, obligando al viajero a ejercitar sus dotes de navegación e improvisar alguna ruta alternativa hasta volver a tomar la EN-2.
Portugal siempre me ha atraído, y en noviembre de 2017, al leer aquel artículo, sentí que era el momento de recorrerlo caminando, como era mi costumbre, pero una serie de circunstancias cambiaron mi decisión en el último momento y, aprovechando que en diciembre se cumplía mi décimo aniversario en la carretera, decidí introducir un cambio en mi forma de viajar volviendo a subirme en una bicicleta para cruzar el país de norte a sur con sólo trescientos euros en el bolsillo, alimentándome a base de puré de patata, bocadillos y café, pernoctando en lugares gratuitos cuando pudiera o, en la mayoría de las ocasiones, a cielo abierto, descartando comodidades innecesarias y caras para mí.
En ningún momento me planteé un viaje turístico, más bien buscaba algo personal y pensé que viviendo el día a día de sus pueblos encontraría los contrastes y razones que buscaba. Al final llegué a la conclusión de que no somos tan iguales como podría suponerse, pero tampoco demasiado diferentes; compartimos algo, pero también hay muchas cosas, algunas de ellas esenciales, que nos separan.