El desapego es una herramienta para el disfrute de la libertad, significa liberación de responsabilidades y de compromisos.
El día 11 conocí en una cafetería a Derrick, un inglés que pasaba con margen amplio de los setenta, no le gustaba ponerse al sol y se movía con lentitud, como si su apariencia enfermiza le impidiese hacerlo con más agilidad. También fumaba lentamente mientras bebía a pequeños sorbos un café. Mantenía las piernas cruzadas mientras se expresaba con esa parsimonia propia de quienes se saben en la recta final de su vida, cansados y con todo hecho ya.
Fue eso lo que me transmitió la primera impresión y yo no quise crear discordia en sus pensamientos, le había invitado a sentarse en mi mesa cuando salió por la puerta del café buscando con la mirada un lugar donde sentarse. Durante la larga charla que mantuvimos mientras yo esperaba a David y Ana, pronunció varias veces la palabra “freedom”. Fue precisamente ése el detalle que me mantuvo atento a su discurso, le escuchaba atento sin hacer demasiado esfuerzo para traducir su claro inglés. ¿Habla usted inglés? Claro que sí, porque soy inglés, me dijo. Y así empezó todo.
De la vida pasamos a hablar de Bob Dylan y de por qué es bueno. A él le entristecía que unos jóvenes con los que había hablado desconocían absolutamente a Dylan, y sentenció que todo se estaba yendo a la mierda, que en pocos años el mundo estaría poblado y gobernado por la incultura y que ningún músico actual tenía, no sólo la claridad de ideas en el mensaje que transmitían como la tuvo Bob Dylan, sino, simplemente, ideas. La música actual no tiene contenido o dice estupideces, concluyó.
Me dijo que tenía todos sus mejores LPs en casa, comprados cuando era más joven, que aún los escuchaba y que le gustaba hacerlo en el completo silencio de su casa. Yo traté de imaginarlo sentado en un sillón, fumando, tomando un café como en ese preciso momento. No fue difícil imaginar la escena.
Después de más de una hora de conversación me comentó acerca de mi bicicleta. Le parecía diferente, especial, con mucha personalidad forjada a base de tiempo y kilómetros; comentó que debería terminar expuesta en algún lugar, que debía ser observada para aprender sobre las cosas bien hechas, y yo le dije que tenía razón, que probablemente la tenía, pero que aún no era el momento.
No dejaba de observarla embelesado hasta que muy despacio dijo “de todas las motos que han existido en la historia, las que más me gustan, con mucho, son las Harleys”. Yo le mostré la pieza que llevo puesta en la horquilla, en recuerdo de un antiguo amigo, y se rió mientras la señalaba. “Oh, it’s true! it’s a Harley Davidson!”. Después nos hicimos una foto como recuerdo. Le pregunté si quería la foto y me dijo muy serio que no, que sabía que nos volveríamos a ver en algún momento, que si pasaba por Madrid preguntaría por mí. Yo añadí que, entonces, quedaba como parte de mi viaje. ¿Cuánto tiempo llevas con este viaje? —preguntó—. Doce años. Y me miró sorprendido, después sonrió de nuevo.
Cuando nos despedimos me aseguró que era un hombre libre, sin lazos, que nunca había estado casado, que había tenido muchas novias, pero que nunca se casó y, por eso, él también había viajado mucho por todo el mundo. Lo repitió varias veces antes de que nos separásemos en aquella calle que llevaba hacia la Cámara Municipal. El giró hacia la izquierda y yo crucé la calle saltándome todos los semáforos.
Cuando aparqué la bicicleta delante del Posto do Turismo, escuché un claxon detrás de mí. Un Range Rover verde giraba en la rotonda y tomaba la dirección para salir del pueblo. Dentro pude ver la silueta de Derrick con la mano izquierda levantada y me despedí para siempre.