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Primeros pasos

Yo, el caminante, hastiado de la ciudad y la vida sedentaria, he preparado una mochila con todo lo que creo necesitar en la primera etapa de un viaje incierto. Llevo ropa de abrigo, chubasquero por si lloviese, algo de comida y agua; mi equipo fotográfico mínimo, documentación y un pequeño mapa que imprimí desde Internet, mi cuaderno de viaje y, como sobrepeso, una pregunta en mi cabeza del tamaño de un para qué …

Noche del 17 de diciembre de 2007.

Le recibe un pueblo con las calles vacías y sus farolas iluminando el invierno. El silbido del viento subraya continuamente la sensación de soledad y sólo algún camión que llega bufando al área de descanso logra romperla. En lo alto, huecos negros infinitos parecen querer devorar las nubes y todo lo demás.

El frío le advierte: estás loco, tío. Pero ya no cabe un paso atrás, verse recorriendo le acelera el pulso al caminante, que salta del arcén afuera de escena, trepa por un ribazo y, al pasar por delante del cartel, levanta un instante la mirada. Después continúa su deambuleo, con la mirada fija en el suelo en busca del mejor lugar para dormir la primera noche.

Ya acostado, calculo las posibilidades de lluvia, porque si esto se pone a descargar, en menos de un par de minutos tengo que salir de aquí …

El sueño le supera lentamente y da cabezadas intermitentes. Cada vez que abre los ojos, lo primero mira el cielo, después los vuelve a cerrar hasta un nuevo sobresalto, esta vez por cuatro gotas rompiéndose contra el saco de dormir. Comprobado que no va a más, cierra los ojos, esta vez sí, durante un par de horas.

A las cinco y media de la mañana, en pie, siente frío. No hay viento y el cielo se ha descubierto bastante, sólo quedan algunas nubes en el este y ahora se pueden ver todas las estrellas.

El tráfico de camiones empieza a las seis y media, unos llegan desviados de la autovía y otros arrancan sus motores, que ronronean con el calor. Algunas cabinas se iluminan, se oyen toses y conversaciones en el aparcamiento. Toque de diana.

© nacholuque, 2007. Todos los derechos reservados.

El cielo se coloreó de naranjas, púrpuras y rosáceos, y el primer sol proyectó sombras alargadas sobre el barrizal. No había tiempo que perder. Varias veces envolvió la fuerza de la silueta con un cielo lleno de color y, como guiño, en otra escondió al bicho tras la hierba. El animal asomó su cabeza buscándole, como un cazador a su presa, como su realidad del crear.

© nacholuque, 2007. Todos los derechos reservados.

Sentado sobre un talud, con la carretera bajo mis pies, pienso en mis nuevos compañeros de viaje, los miles de camiones que a diario recorren las carreteras españolas. La campiña de colores que se extiende hasta donde puedo ver, la brisa fría y la soledad, desde hoy, son escenarios del recién estrenado capítulo de mi vida.

Espira el humo de su cigarro y éste se disipa.

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Publicado en De Toro a Toro