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Notas para un diario (1)

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Semanas después de iniciado este viaje nada había cambiado, seguía haciéndome las mismas preguntas y encontrando las mismas respuestas y pedaleaba ajeno al desarrollo de la ruta e incapaz de disfrutarla tal y como había imaginado. Algo me robaba el sueño cada noche y no conseguía descansar bien, por qué razón había empezado a viajar teniendo la vida probablemente bien enfocada y si merecía la pena continuar. Sin embargo había algo, no sé qué, que me sentaba cada día en el sillín de mi bicicleta para continuar.

Dicen algunos que «la pregunta» deja de aparecer con el paso de los kilómetros, pero es otra mentira mas de gente que vive en una realidad paralela, de charlatanes. Después de doce años yo me la sigo encontrando detrás de cada señal de tráfico, esperándome en cada gasolinera, a mi lado cuando me acuesto cada noche y veo en el cielo escrita con estrellas una cuenta atrás cuyo ritmo inexorable marca los latidos de mi vida y acelera los de mi corazón hasta casi sacármelo por la boca.

Inicio accidentado

Decidí acercarme hasta el punto de salida del viaje en bicicleta, más de 250 kilómetros que completé en cuatro etapas a pesar del continuo viento de cara. No quise iniciar la ruta en casa, prefería cualquier lugar con el que no me uniese ningún lazo emocional y Logroño parecía un buen lugar.

Aproveché la posibilidad de asistir a una concentración de bicicletas y pasé allí un fin de semana. El evento finalizó y, después de despedirme, el 17 de marzo iniciaba el pedaleo hacia el Mediterráneo con idea de no volver a casa hasta cuatro meses después.

Recorrí en sentido contrario los kilómetros hechos en los días anteriores, esta vez con viento favorable y el cielo cubierto. En sólo tres días estaba de nuevo en Huesca y, cien kilómetros mas allá, regresaba ofuscado y con el cambio de marchas roto. Un total de oncemil kilómetros había recorrido antes de quejarse por última vez y dejarme en pie en el arcén, mirando a la bicicleta y maldiciendo mi suerte. Tuve que esperar la pieza nueva, que llegaría por correo tres días después, hubo que volver a montar una rueda trasera y, durante esos días, me esforcé en quitar de mi cabeza la idea de que una señal me estaba indicando que ese viaje no debía llevarse a cabo. Nunca es aconsejable embarcarse en un esfuerzo tan largo cargado de pesimismo y, sin embargo, lo hice.

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Retomada la ruta, y tratando de recuperar el tiempo perdido, el objetivo era llegar a Lérida en una sola etapa, pero había partido tarde y se me echaba la noche encima antes de cumplirlo. Pasé esa noche alojado en casa de un alma caritativa que aparecía en mi camino y me ofrecía ducha caliente y lugar seco para dormir tranquilo.

Alcancé Lérida al día siguiente casi sin detenerme más que para un café, continué hasta Tarragona. Alcancé la costa en mucho menos tiempo del que suponía y, a los cuatro días, tomaba una fotografía de la bicicleta en la playa de Salou con unas ganas locas de dejar aquel lugar atrás. No tenía nada que hacer allí, así que continué mi camino rodando a un ritmo contenido hacia el sur. En realidad me sobraba tiempo y aproveché la niebla del Delta del Ebro y el horizonte nublado para conocer la comarca, recorrí las carreteras, los pueblos, conocí gente nueva en casi todos ellos y publiqué algún video y bastantes fotos para satisfacer las ganas de quienes pudieran estar pendientes de mi viaje a través de la Red.

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Publicado en diario iberica 2019